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Entrevista a Víctor Vargas Filgueira

entrevista a víctor vargas filgueira

«Señores, aquí estamos, no nos hemos extinguido. Y nuestras abuelas eran gigantes». Víctor V. Filgueira, el bisnieto de Asenewensis cuenta «lo lindo de los pueblos, no cómo los liquidaron; eso ya lo sabemos todos».

Entrevista a Víctor Gabriel Vargas Filgueira, autor de Mi sangre yagán. Quizá lo más sorprendente de su primer libro sea el tono, cómo nos coloca dentro de los ojos y el corazón de Asenewensis. Intenté averiguar el misterio detrás de un relato difícil de construir; tan bien logrado.

ENTREVISTA A VÍCTOR VARGAS FILGUEIRA

¿Cómo encontró este argentino, yagán siglo XXI, la cosmovisión de sus antepasados, de hace 200 años? De un mundo que no conoció, ¿o sí?

¿Por qué conmueve Mi sangre yagán? Hay escritores que se pasan toda su carrera intentando llegar emocionalmente a los lectores. Lo de Vargas Filgueira no es casualidad ni resultado de pomposos títulos literarios: hay una vida transcurrida, herencia, una existencia negada y años de doloroso silencio.

Víctor Vargas Filgueira filmando un videoclip.

UNA VIDA POCO TERRENAL Y CON BRÚJULA

—¿Cómo lograste este narrador? ¿Cuánto de Asenewensis habita en vos?

Es una historia larga, familiar, algo que viene desde hace muchos años. Mi sangre yagán tiene la madurez de una persona que ha vivido la vida, una vida no muy terrenal.

Este libro estaba pensado hace 30 años, tal vez un poco más, cuando yo era muy pequeño. Suelo decir que estaba acá [se señala la sien], no había que hacer demasiado. Tardé meses en volcarlo a la escritura, pero ya estaba.

De niños aprendimos lo básico, a diferenciar un montón de cosas que la gente de hoy ha perdido la brújula de eso.

Necesité dormir con 20 o 30 cm de nieve en mi Onashaga, cuando era niño, buscando los animales de papá y mamá, trabajando con mis hermanos en el campo. Nosotros estuvimos en contacto con la naturaleza, conocimos la tierra, sabemos que la huella que estás siguiendo es de zorro y no de guanaco. Aprendimos por inercia: ordeñás una vaca y aprendés que la leche viene de ahí, no del sachet del capitalismo. Todo suma para el libro.

Asenewensis, bisabuelo de Víctor. Foto: póster del documental Enseñanza yagán.

«NO SOY PRISIONERO DE AQUELLA CONQUISTA»

—¿Cómo se llega a tanta exactitud para hablar del tiempo de antes?

Tenía que tener todos los conocimientos, no solamente poder narrar. Hay cosas que me pasan o me pasaron, que no le pasan a muchas a personas, que en el andar uno las entiende. No las cuento porque van a pensar que estoy loco, como aves que me vinieron a las manos y las acaricié como a un gato. Hablamos de animales silvestres.

Me senté a escribir con la meta de compartir, de la bondad. Había que contar algo muy lindo que tenían los pueblos: su contenido. En la literatura indígena, la mayoría se dedicó a repetir la historia. No tenía sentido poner cuestiones difíciles, como las enfermedades venéreas de mi gente, las atrocidades que sucedieron en mi Tierra.

Como dijo Nelson Mandela: «cuando miré para atrás, al salir de prisión, supe que todo lo tenía que dejar ahí; si no, seguía siendo prisionero».

Yo cuento etapas como zoológicos humanos, prisioneros de la ciencia, Pacificación de la Araucanía, Conquista al Desierto. Y estoy de acuerdo con los que han dicho que la Historia de la humanidad se puede definir en la lucha de clases sociales, porque hasta hoy estamos así.

Pero había una vida hermosa para contar: que se puede trabajar en equipo, que hagamos caso a los abuelos (hoy, en los geriátricos, alejados de los grupos). Los pueblos originarios los escuchaban hasta el último día de sus vidas.

MI SANGRE YAGÁN

Las historias no siempre las cuentan los que ganan.

«Lo mío fue retomar una senda que nunca perdí. Cuando era niño me sentaba al lado de mamá a escribir esa sabiduría que yo sabía que había». Foto: Read&Fly

Muchos dicen: «¿con el frío, allá, cómo vivirían pobrecitos?». Si hubiesen sido pobrecitos, no hubiesen vivido miles de años, generación tras generación. Hablamos de seres humanos sin fisuras en su vida social, en su organización, en su alimentación.

No podía ser un libro que no sea de hermandad, de reivindicar un pueblo que vivió de forma natural y que tenía toda la inteligencia del mundo.

Después de la conquista tangible, la del Winchester, la de la imposición, la de la estancia ganadera; vino la conquista oral, esa que tiene al indígena como lo peor del mundo y que hace que los abuelos no quieren ni siquiera transmitir conocimiento para que las generaciones que vienen no sufran.

El libro lo hice con el corazón en la mano. Es un libro muy sentido, muy sincero, por eso llega.

INFANCIA Y SILENCIO

¿Cómo contaban la Historia cuando eras chico en la escuela? Se enseñaba que los yaganes se habían extinguido. ¿Lo hablaban en tu casa? 

Sí, a veces, nos negaban. O sí se enseñaba que no existían más, que se habían extinguido. En Francia encontré, en el archivo Chapman, un recorte de diario que decía «murió el último yámana» en el año 1975. Ya estábamos extintos hace rato.

En casa siempre supimos que éramos yaganes por mamá. En la escuela yo hacía silencio. Simplemente silencio, tanto ella como nosotros; sin decir nada; pero también sin entender demasiado. Mi inteligencia me decía que no era el momento de decir nada, que algún día lo haría. Hoy lo estoy haciendo.

Catalina, la mamá de Víctor. «Curiosamente nunca hubo un consejo de ella como «no se les ocurra decir que son yaganes»»

«LLEGÁS A DUDAR DE QUIÉN SOS»

—Imagino la confusión de un niño al que le dicen en la escuela que no existe y vuelve a su casa, la ve a su mamá, a sus hermanos, a Cristina Calderón. ¿Cómo transitaste tu identidad entre lo que sucedía en la escuela y lo que sucedía en tu casa? Eso sí era difícil.

Sí, por supuesto, fue difícil. Todas esas cuestiones que viví cuando tuve que cerrar la boca, cuando no pudimos levantar la mano y decir acá estamos, todo eso lo estoy contestando hoy. Ahora veo, hablando con vos, que toda esta cuestión se fue generando en aquellos años y está dentro de mí.

Cuando uno va creciendo y hurgando cada vez más, te va llevando a mirarte al espejo y no saber quién sos.

Cuando una profe, con 6 o 7 años, te dice que los indios no están más y vos sabés que tu mamá viene de eso, de un pueblo antiguo, entonces no solamente estás vos. Estás viendo un mensaje que no es. Ahí está por qué estudié 20 años. Si hay alguien que sabe la historia del indígena, no solamente yagán, soy yo.

Víctor, entre otras cosas, trabaja en el Museo del Fin del Mundo de Ushuaia, Argentina.

He analizado punto por punto buscando archivos, libros que más o menos contaban la tragedia, de distintos escritores, cómo los cazadores por cuatro cueros de nutria mataban a una familia entera de yaganes. Analizás todo durante muchos años y tenés la cabeza llena de todo eso.

Y no repetir la historia habla de la nobleza en mi corazón.

ABUELAS GIGANTES

—¿Es cierto que a la generación de tus padres, de Cristina y Úrsula Calderón, se les dijo que tenían que mantenerse apartados y no mezclarse con otros? Les inculcaron que tenían que sentir vergüenza.

Sí, eso ocurrió. Las abuelas mayores iban a visitar a mamá y yo escuchaba sus charlas de muy pequeño. Vi tanta sabiduría en ellas. En las charlas que doy sobre el libro quiero que entiendan que eran seres humanos.

Alguien les había hecho creer a las abuelas que eran pequeñitas cuando eran gigantes. Así lo defino yo.

En Puerto Williams, Chile, el Museo Martín Gusinde también es un espacio válido para aprender sobre los yaganes. Foto: Read&Fly

Hay que buscar un camino diferente, no repetir la historia. Mucha gente sufrió discriminaciones. Yo soy una simple herramienta en la Tierra. Los ancestros me han traído para eso, lo tengo muy claro. Puedo llevar el mensaje: «señores, no es verdad, acá está Mi sangre yagán«.

Hoy he podido revertir en las escuelas ese pequeño párrafo de mi vida donde me decían que no habían más yaganes.

CAPITALISMO Y CESTERÍA

—¿Cómo es la educación actualmente? ¿Cambió la currícula de cuando eras niño? ¿Se cuenta oficialmente otra historia acerca de la existencia de los pueblos indígenas?

Cambió la educación. Hay muchísima gente trabajando. En todos los niveles escolares de mi provincia. Yo voy al jardín de 4 como a la Universidad y en eso voy revirtiendo lo del yagán inexistente. De repente estoy medio solo en esta situación, pero llego a todos lados en Ushuaia

Hay una paradoja. El capitalismo en el que estamos inmersos es la destrucción del pueblo nómade que vive de manera natural.

Ese sistema nunca me va a dar una currícula oficial para que sea un maestro que enseñe todo el contenido; no cestería.

En Argentina, el artículo 75, inciso 17, de la Constitución Nacional habla de los derechos de los indígenas y de la educación intercultural bilingüe. Aquí en Tierra del Fuego no está. En muchas provincias no está. Yo puedo trabajar a partir de un programa de extensión del museo; pero no oficialmente.

«EL QUE NO TIENE SANGRE INDÍGENA EN LAS VENAS, LA TIENE EN LAS MANOS»

—¿Te sentís identificado con indígena, aborigen, pueblo originario, Primeras Naciones? Porque las palabras siempre las ponen otros. 

Cuando uno estudia la historia de la Humanidad, empieza a entender todo. El otro día una española, que estudia Historia y vino de visita al museo, me dijo que, si el europeo no entiende la Historia de América, ¿cómo puede enseñarla?

Cuando no entiende nada el maestro, el receptor tampoco va a entender nada. Partamos de ahí.

Aprendí que tengo que jugar con las reglas de ellos para que se entienda plenamente el mensaje. Si digo ustedes son blancos, yo, indio; estoy repitiendo la Historia. Cuando el hombre se originó de una sola manera: eso es ampliar la mirada.

Yaganes colonizados. La comunidad en 1920. «Somos humanos y a los que liquidaron en el pasado eran humanos. Hubo mano de obra gratis de los indígenas, esclavitud, se los utilizó de la manera más cruel. Entonces hay que refrescar la memoria».

Cuando el indio quiere hacer su huerta y curarse con plantas, no es negocio. Siempre en las charlas alguien quiere hacer una chicana por el lado del capitalismo, pero la devolución es peor.

Pongo a cualquier blanco en cualquier punto del planeta y le preguntó: «asegurame que no tenés un cazador-recolector en tu pasado o decime la forma en que bajaste a la Tierra, porque la verdad es que hay un solo origen».

Después de eso me tienen que ver como a un par, no como a un indígena pobrecito, yagán, canoero de la costa. Es motivo de orgullo ser indígena.

Cuando vino Cristóbal Colón, ya habían perdido la brújula; porque Colón también tuvo un cazador-recolector en sus inicios. En La Sorbona, les decía a los franceses: «Ustedes también chocaron las dos piedras para hacer fuego».

Que quede claro que el que no tiene sangre indígena de América en las venas; la tiene en las manos.

Es muy fuerte la causa como para perder el tiempo diciéndole blanco a aquel que se sienta al lado tuyo. Soy yagán, tengo antepasados de hace 6 000, 10 000 años. Estuvieron acá mucho antes de que vinieran todos. Estoy orgulloso de saber de dónde vengo.

Si voy a ser un defensor de mi pueblo, lo primero que tengo que hacer es ponerme en igualdad de condiciones y mostrar lo humano de mi pueblo.

LOS YAGANES NO ERAN UN PATRIARCADO

—¿Los yaganes eran una sociedad patriarcal –como los selknam– o más democrática?

No, democrática, y eso tiene una razón de ser. Tenés un habitáculo en el cual vas a tener que hacer división de tareas a full, va a tener que funcionar la cooperación. El individualismo en la canoa yagán no funciona. 

El cazador yagán, por más bueno que sea, tiene que además remar la canoa, cuidar el pequeño fuego que lleva en el interior, hacer una cantidad de tareas. Como masculino, si no tengo un buen grupo, con abuelos, con niños, no voy a ningún lado.

El trabajo en equipo, en colaboración y reciprocidad, te da la capacidad de no creerte el mejor de los mejores.

—¿Qué dijo tu mamá del libro? ¿Lo leyó o se lo leíste?

A mi mamá le gustó. Ella no lee por la edad. Se lo fui leyendo de a poco y le fascinó. Las abuelas del pasado era muy poco expresivas. Por ahí una mirada, es un cariño, un beso. Yo sé que estaba feliz.

Comunidad yagán en la actualidad. Unos 200, quizá haya 100 más.

—¿Cómo te gustaría llamarte si pudieras elegir un nombre yagán?

Víctor. O yagán. O indio. Es lo mismo. No necesito reforzarme con nada. Somos lo que somos. La desconexión con los nombres antiguos fue hace mucho tiempo. La criatura tomaba el nombre del lugar donde nacía. Ya no somos nómades. Si no, nos llamaríamos todos ‘Hospital Regional de Ushuaia’.

Yo vivo en este tiempo. Víctor significa ‘El Victorioso’ y Gabriel, ‘El Portador del Mensaje’. No me lo cambiaría, es el nombre que eligió mi mamá y creo que no es por azar.

El Onashaga hoy (Canal de Beagle), en la costa de Puerto Williams, el hogar de los yaganes. Foto: Read&Fly

¿POR QUÉ MI SANGRE YAGÁN?

Yo quería ser escritor para compartir. Donde pudiera. Primero en las escuelas de mi provincia. Hoy Mi sangre yagán está declarado de interés provincial y de interés municipal en Ushuaia.

La primera etapa estaba cumplida. Después hay otras cosas, que tienen que ver con las clases sociales, con la diferenciación, con las injusticias. En todo el mundo, siempre, las clases predominantes son las que han hecho libros. Me han dicho que soy la voz de los que no pudieron hablar, de los que no pudieron escribir.

Yo vine, digo en broma, a ser como un Robin Hood, quería equidad. Soy un luchador que viene de otro mundo a meterse en las grandes esferas.

Voy atando cabos de todo lo que me ha pasado en la vida y lo que he conseguido por el pueblo. Hoy los arqueólogos me escuchan como si fuera el licenciado de la Universidad más importante del mundo. Eso significa que el mensaje llegó y que pude ponerme a la altura de mis antepasados.

De muy pequeño yo ya tenía la función: tengo bien claro que vine a poner en lo más alto posible el nombre de mis abuelos.

UN YAGÁN ORGULLOSO

Víctor guardó silencio. A los 8 años se enfermó; los médicos lo dejaron en manos de Dios. Confiesa que él «se fue de esta Tierra» y que se encontró con «algo de un blanco raro'». A la mañana siguiente despertó del coma. 40 años después, su sangre yagán le dice que ahora es el momento de hablar.

Yaganes fotografiados por Martín Gusinde, antes de «europeizarlos».

«Hace 5 años les decía a los chicos pequeños de la comunidad que algún día iba a ser un orgullo enorme pertenecer a un pueblo originario como el nuestro».

La entrevista a Víctor Vargas Filgueira y su bello libro me abrieron la puerta al mágico mundo yagán. Le agradezco su compañía -a la distancia- durante mi viaje a Puerto Williams. Encontré el Onashaga. Asenewensis siempre estuvo conmigo. Quién sabe, quizá yo también tenga sangre yagán.

-MALENA FERNÁNDEZ

*Todas las fotos sin firma de Read&Fly son gentileza del escritor Víctor Vargas Filgueira. NOTA: la madre de Víctor falleció unos meses después de esta nota.

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